López Obrador impugnará la elección
El mayor sitio en donde señala irregularidades es en el Estado de México, donde gobernó el ganador Enrique Peña Nieto. La diferencia a favor del exultante candidato del PRI es de 6,44 por ciento de los votos.
Andrés Manuel López Obrador acude a lo último que le queda: el derecho al pataleo. El dos veces candidato presidencial de la izquierda mexicana anunció anoche que impugnará la elección que lo señala como nuevamente derrotado, ahora por un margen mucho mayor que en 2006, cuando perdió por 0,56 por ciento de la votación total final. Ahora, la diferencia que le saca el priista Enrique Peña Nieto es de 6,44 por ciento, con el 98,13 por ciento de los sufragios computados al momento de escribir el dato.
Con todo, López Obrador salió a reclamar la inequidad de un proceso plagado de irregularidades antes, durante y después de la jornada electoral. "No podemos aceptar un resultado fraudulento, hay procedimientos para eso, vamos a presentar las pruebas, hay muchos elementos para decir que se violó el artículo 41 de la Constitución, que establece que debe haber equidad", expuso.
La mayor cantera de irregularidades, según López Obrador, estuvo en el Estado de México, que gobernó el candidato presidencial priista Enrique Peña Nieto. Según la queja izquierdista, el PRI habría comprado un millón de votos en esa entidad, y esa práctica –incluso penada judicialmente como delito electoral– se habría repetido en otros estados.
La diferencia entre ambos candidatos, hasta el cierre de esta edición, era de 3 millones 151.117 votos. Hace seis años, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación desechó los recursos que interpusieron López Obrador y su partido, el PRD, para impugnar los 233.831 votos con los que validaron el triunfo de Calderón, marcado desde entonces por la sombra de un fraude electoral que deslegitimó su administración.
"Estoy tranquilo, sé mi responsabilidad histórica y actuaré en consecuencia", advirtió anoche López Obrador, pese a que la víspera, en la última hora de la jornada electoral, había dicho que esperaría al escrutinio final de los votos, programado para mañana. "Vamos a esperar, ése es un plazo para fijar en definitiva una postura", prometió. Al final, ha cambiado el discurso.
Quien no se salió del guión es la cúpula del poder político en México. El domingo por la noche, tras la validación oficial de las tendencias electorales, un exultante Felipe Calderón adelantó la felicitación a Peña Nieto por lo que implícitamente anticipó será el reconocimiento legal de su calidad de presidente electo.
Calderón pareció festejar la derrota de su partido, arrojado a la ignominia de un lejano tercer lugar en la nueva geografía política de la nación. Desde la soledad de la derrota, también dejó entrever su propio desamparo: "A todos les pido que apoyemos a quien encabezará el Poder Ejecutivo, porque sé bien que un gobierno necesita el apoyo de todos para sacar a México adelante".
La vehemencia y los gestos de Calderón contrastaron con un Enrique Peña Nieto que celebró el mismo domingo por la noche el retorno de su partido al poder, del que fueron sacados por la sociedad hace doce años, con un discurso pronunciado en el tono en el que se declama un parlamento.
Esta es la nueva telenovela nacional: "Los mexicanos le han dado a nuestro partido una segunda oportunidad: vamos a honrarla con resultados, con una nueva forma de gobernar, de acuerdo a las exigencias del México del siglo XXI. Voy a ejercer una presidencia democrática, que entienda los cambios que ha experimentado el país en las últimas décadas, y actuaré conforme a la nueva realidad, de democracia plena de libertades y de participación social. Voy a ejercer una presidencia moderna, responsable, abierta a la crítica, dispuesta a escuchar y a tomar en cuenta a todos".
Luego, la declaración pública de que no habrá ni pacto ni tregua con el narco. Que escuche el que debe escuchar, que entienda el que sepa entender. Ha renacido la criptología priista.
Ante eso, López Obrador se lanza a la impugnación del proceso electoral, en lugar de cumplir su propósito revelado involuntariamente durante su campaña, en una comida con empresarios en la que conversaba sin percatarse de un micrófono abierto que lo grabó: "Si pierdo, ahora sí me voy a la chingada".
En cualquier caso, la gran diferencia de la protesta hoy es el tono. Hace seis años, la indignación de López Obrador era compartida por miles de seguidores que, al primer gesto de su líder, literalmente partieron en dos a la capital del país mediante un plantón de unos 13 kilómetros. En 2006, la rabia tomó la calle para protestar pacíficamente.
Hoy, López Obrador se contiene: "Yo tengo que actuar con responsabilidad, a veces quisiera expresarme de otra manera, pero tengo que autolimitarme por la responsabilidad que tengo y por los que participan en el movimiento". En 2012, la rabia ha empezado a convertirse en náusea.
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